sábado, 6 de octubre de 2007

Dos amores tenían


Pedro Díaz G.

Todas las mañanas con sigilo y maestría enfundaba su arma. Lustrosa, símbolo de poder lo era también de amor. Eterna compañía. Lo que él sentía era una fascinación por sus historias, por sus contundentes hazañas.
Cuántas veces antes le salvó la vida sacrificando la del otro con su velocidad de
disparo. Cuántas más el sólo mostrarla sin vacilación hizo que los destinos dieran un giro estrepitoso. Su Smith and Wesson calibre .38.
Todos los días lustrosa, todos, sin descanso, armada y desarmada tres veces por jornada. ¨Para que no se atrofie, la preciosa, para que me quiera y me proteja¨.
La adoraba. Quienes le conocian en la intimidad, en la verdadera, en la que no esconde secretos, decían que a veces le hablaba en voz bajita como para consolarla.
Los que cayeron abatidos por su plomo no dudaron que esa pistola tenía vida.
Así que cuando Carmen cruzó miradas con Ismael, la joven obrera ni se enteró de que su diario estaba escrito.
“Él se había separado de su esposa, quien está embarazada, para tener una aventura con esa mujer, con la que vivía desde hace unas semanas”, aseguró una tía del vigilante.
Carmen solía llegar temprano a su trabajo para cruzar la puerta de la Gobernación y sonreirle.
Así lo conoció.
Vendrían los escarceos vespertinos, los sábados de sol. El vivir juntos. Los planes a futuro.
No lo habrá.
Porque cuando el reloj clamó las 2:50 de la tarde del primer viernes de octubre, hora de la comida, Ismael Cuevas subió a buscarla, le sonrió como siempre, la abrazó como siempre, y como siempre observó con embeleso el brillo de sus ojos.
Que la habían visto en los senderos devaneando sus encantos hacia otro.
Que su nuevo hombre la atendía y lo pregonaba por doquier.
Que tienes que hablar con ella porque la gente ya murmura.
Que...
Ismael tiene 30 años. Ella es cuatro mayor.
...Que te está tratando de pendejo.
Las primeras pesquisas realizadas por la policía científica hablan de términos que no le eran ajenos al vigilante de una compañía privada enamorado de su Smith and Wesson y de esa mujer que le hizo perder la compostura.
Cuevas, dicen los informes, cegado de ira, que es la locura más breve, por los celos y por el desamor, le disparó dos veces. La obrera de Gobernación recibió los balazos en el tórax y en la espalda. Delicado es su estado de salud.
Hubo una testigo. Una joven que gritó cuanto pudo antes de caer desmayada y el ulular de la ambulancia se silenció sólo hasta que la recibieron en la clínica, presa de una crisis nerviosa que ameritó hospitalización.
No era para menos.
Ella presenció el ataque, y miró, no lo olvidará jamás, cómo esa calibre .38 cobró vida queriendo terminar con la de Carmen. Cómo después de los disparos era incontrolable su saciedad de sangre.
Ismael se colocó el revólver en la barbilla y accionó el gatillo. El proyectil salió por el occipital derecho.
“Él llegó saludando muy cordial como de costumbre y subió a buscarla. Nosotros salimos a comer, pero cuando escuchamos los disparos nos devolvimos¨, dijo un oficinista a la policía. ¨Al bajar, encontramos los cuerpos uno diagonal al otro. Los auxiliamos, pero sólo él estaba muerto¨.
Carmen tenía poco tiempo de amores con ese hombre, quien era muy celoso y la mantenía acosada. Nosotras se lo decíamos pero estaba como ciega, chismosearon compañeras.
Presa de los nervios en un cuarto de hospital, la mujer que fue testigo de los hechos, a quien no le creen, tiene su propia historia. Nada se la quita:
Ese revolver, loco de los celos, palpitaba.
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