lunes, 24 de septiembre de 2007

El nudo era perfecto



Pedro Díaz G.

Esa tarde no tenía más que una vieja cuerda de plástico.
Era sábado, el calor de Tecpan de Galeana superaba los 30 grados; Cirilo Romero Juárez hervía por dentro porque a sus 35 años no tenía gran cosa en la vida: un trabajo hostil que le demandaba más de diez horas al día, la hechura de tabiques, una humilde vivienda, una mujer, y el corazón decepcionado.
Cuentan que bajó de La Montaña, que de allá venía.
Apenas sabía escribir, por lo que se dio el tiempo de intentar unas últimas líneas.
Fueron para Nancy Navarro, su esposa, en donde, escuetamente, le pedía cuidar a su pequeña hija.
Cuentan que al salir del trabajo partió a casa, que aprovechó la ausencia de Nancy, que ató a la viga la cuerda, con ese nudo tantas veces practicado: el del ahorcado, un nudo que permite deslizar fácilmente al cabo y soporta sin problemas los tirones.
No olvidaba una de las reglas del buen suicida: "es importante recordar que el número de vueltas a dar debe ser impar y como mínimo de seis vueltas".
Y sí, seis vueltas a la cuerda, colocar la cabeza dentro, saltar de la silla.
Morir.
Los peritos encontraron a Cirilo Romero colgado del cuello en su vivienda de madera con techo de cartón.
Un último arrebato alcanzó a sufrir, el tabiquero, a quien encontrarían sus amigos, horas más tarde, cuando pasaron a su casa a invitarle de comer: en el piso regó los restos de fotografías rotas y la libreta con su último texto, de puño y letra.
¿Y sus parientes?
No acudieron al sepelio. Pocos conocían el camino que les llevara a la región exacta de La Montaña de la cual había bajado.
Ni Nancy quiso saber nada de él y fueron sus amigos quienes lo sepultaron.
No hay duda, Cirilo aprendió bien las enseñanzas al suicida: ese nudo era perfecto.

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