sábado, 8 de septiembre de 2007

Sabrá Dios cuántas ocasiones




Pedro Díaz G.

La maldición llegó con los años. La pequeña dejaba de serlo y el horizonte se volvía tan estrecho como sus caderas. Él, trabajador rural, sin más conocimientos que los de la chinga diaria, y sin más instintos que los que fluyen en las olas de sus venas enervadas, una tarde no pudo más y se lanzó todo lujuria sobre su hijastra.
Traición desde todos los ángulos, en todas las vertientes.
Ese cuerpo de 13 años sometido fue su último manjar.
Sabrá Dios cuántas ocasiones con gula sació sus apetitos.
Esta, y nunca más.
Cuando iba a ser detenido, el paraje de Las Vertientes, muy cerca de la ciudad de Río Cuarto, al sur de la provincia de Córdoba, volvió a estremecerse.
La mujer con quien vivía, los dos hijos que procrearon y la chamaca, que por fin se decidió a contar tantos abusos, gritaron horrorizados tras escuchar el disparo final.
Ya esperaban el arribo de la policía; ellas mismas habían pedido ayuda.
Aunque no lo imaginaron: al verse acorralado, de un viejo baúl el hombre --que recién cumplía los 37-- sacó la carabina, se apuntó al pecho, y tras un estruendo que sacudió hasta las gallinas, la noche tornóse gris y melancólica. Triste, fatal. Desgarradora.

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