martes, 11 de septiembre de 2007

El árbol de mulato



Pedro Díaz G.

Felipe Vela departió desesperadamente. Sólo él sabía bien a bien las penas que esas noches trataba de apagar con el venenoso líquido que todos sus amigos ingerían, el alcohol que embrutece y distorsiona. Que hace lo difícil sencillo y no conoce de palabras imposibles.
Su congregacion, Angostillo, en Veracruz, celebró con música de jaranas, con salsas y merengues, con ritmos de la región hasta que la alborada se asomó para decir punto final a tanta fiesta. Partieron de uno a uno. Necios, cabizbajos, tambaleantes. Borrachos.
Pero Felipe se perdió en el camino. Acaso ya lo estaba; quizá lo estuvo siempre.
A sus 40 años, esas fiestas paliaban sus cada vez más frágiles estados de ánimo, le inyectaban minutos de vida a costas de la cirrosis que sin duda vendría, porque esta vez, como muchas otras más, su fiesta se extendería durante ya varias jornadas.
Por supuesto que sus familiares se alertaron cuando vieron que, con la lenta agonía de los condenados a la horca, sus días se tornaban semanas, y Felipe no aparecía. Seguirá tomando, se resignaban, aunque muy interiormente cada uno recordara las lapidarias frases que de vez en vez solía decirles, el Felipe:
¨Uno de estos días, me mato, pues qué caray¨
Pero no le creían. Puras palabrerías, pensaron. Aunque sí se presentaron ante el Ministerio Público para notificar que pues no, seguía sin aparecer.
Hasta esa noche, en que las autoridades policiacas les buscaron, y, juntos, caminaron senderos abajo para encontrar su cadáver colgado de un árbol de mulato, en la llanura conocida como Patacán, en el municipio Paso de Ovejas.
Amarrado del cuello con una cuerda atada a una rama, y en avanzado estado de descomposición, terminó Felipe.
Su pregón se cumplió.
Una vez más los dichos, los rencores, la rabia, la desazón y el interminable consumo de alcohol, se conjuntaron para irse de visita a ese lugar siniestro, hoy el árbol de mulato, en donde la muerte pasa las noches.

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