sábado, 8 de septiembre de 2007

Un corazón envenenado


Pedro Díaz G.

--Déme un bote de Graneril Malatión --exigió con la faz en calma, la voz natural. El gesto dulce.
Eva Luisa Cruz Ortega recorrió de regreso el camino a casa por las empedradas veredas de su comunidad, Mazuniapan, Veracruz.
Atardecía.
La compra no causó sorpresa alguna al encargado de la tienda de fertilizantes. El veneno para gorgojos es adquirido por la población comúnmente para evitar las plagas en la etapa final de la cosecha.
Con el bote de Malatión, Eva Luisa, no obstante, carecía de problemas con los insectos. Traía los propios, los existenciales. Los de más difícil solución.
Nadie le acompañaba. Preparó un batido al que agregó una generosa cantidad del veneno, lo tomó, y despertó horas más tarde con una luz intensa escupiéndole la verdad en el rostro: no estaba muerta, había fracasado en su intento de suicidio. Se hallaba, más decaída que nunca, en una sala de hospital.
Fue su hija quien al volver de trabajo la encontró dormida, la angustia y el terror maquillándole el semblante. Ella pidió ayuda, ayudó a cargarla y, acaso lo más dificultoso, logró que se la recibieran en el hospital civil de San Andrés.
Pero no presentaba signos de recuperación.
El Ministerio Público tendría conocimiento este sábado. Fueron los de la guardia médica del sanatorio Doctor Bernardo Peña los que informaron de "un deceso por intoxicación".
En la mesa del comedor, Eva Luisa dejó un vaso de cristal con agua y residuos del Graneril, la maldición para los gorgojos del maíz almacenado. Su propia maldición.
Hoy no le alcanzan las palabras para aminorar la pena a don Pascual Cruz Hernández, su padre, de 87 años. Y para colmo, debe rendir declaraciones ante la autoridad.
Lo hace.
Jura que lo único que le consta es que la noche del jueves 23 de agosto, como a eso de las diez de la noche, descubrieron a Eva en un cuadro de vómito e intoxicación grave. Que por eso la trasladaron al nosocomio, donde se enteraron del diagnostico: envenenamiento provocado; el estado de la paciente, "de pronóstico reservado".
Hubo de pasar una semana, casi dos...
Pero la verdad es que Eva Luisa no ponía nada de su parte.
Y su situación se complicaba cada vez más. Apenas ayer viernes la doctora Ana Cristina Canul Loeza confirmó: había fallecido.
La única certeza que ronda ahora por los empedrados caminos de Mazuniapan es la de que Eva murió por amor. Por un amor incomprendido. Tenía 37 años, no dejó carta póstuma. Pero todos saben en San Andrés Tuxtla que sus venas le reclamaban compañía; que se enamoraba fácilmente, que nunca fue feliz. Y que, terquedades de por medio, desde mucho antes ya había perdido la voluntad.
Cadáver enfrente, dio fe el agente del Ministerio Público de San Andrés Tuxtla, quien, quitándose el sombrero, ordenó el traslado del cuerpo al servicio médico forense, donde a la siempre vigorosa Eva Luisa le esperaba la necrocirugía de ley.
Lo que encontraron no fue sino un corazón envenenado.

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